Tregua



FIDELIO

Disclaimer: Harry Potter y sus personajes no me pertenecen a mí sino a JK Rowling, yo sólo se los tomo prestados porque tengo mucho tiempo libre y demasiada imaginación.

Advertencia: Este fic es Harry/Draco (es decir, chico/chico) y transcurre tras El Príncipe Mestizo. Léelo bajo tu responsabilidad.

Capítulo 3: Tregua

A pesar de que había dormido poco, despertó con las primeras luces del alba.
Como siempre.
Se incorporó un poco en la cama, maldiciendo la ancestral tradición de familia que obligaba a todos sus miembros a despertarse al amanecer. Porque un Malfoy no debía perder el tiempo. Y después de diecisiete años acostumbrando a su cuerpo a ponerse en marcha desde primera hora de la mañana, ya no era capaz de conciliar el sueño más allá de las siete por mucho que quisiera.
Ese despertador biológico le había resultado útil en Hogwarts, donde disfrutaba de las ventajas de acudir a la primera clase con la mente clara y despierta, mientras el resto de sus compañeros bostezaban, aún medio dormidos. Cuando pasaba las vacaciones en la Mansión Malfoy, también agradecía levantarse temprano para entrenar con su escoba en el enorme jardín, completar las tareas que los profesores les habían mandado para el verano, y acompañar a su padre en sus quehaceres diarios mientras aprendía de primera mano el difícil arte de llevar sus negocios a buen puerto.
Sin embargo, allí, en La Madriguera, encerrado entre las cuatro paredes que constituían su habitación, lo más inteligente que se podía hacer para pasar el tiempo era dormir. Allí no había absolutamente nada que pudiera hacer, y a sus agresivos anfitriones no se les había ocurrido siquiera la idea de proporcionarle un simple libro para que se entretuviera leyendo. Así pues, Draco Malfoy pasaba todos los días, desde el alba hasta el anochecer, tumbado boca arriba en su cama, dejando vagar su mente por sus más horribles recuerdos, y esperando a que llegara el desagradable momento de bajar a comer a la cocina de los Weasley.
Totalmente despejado, se sentó, pensando que acababa de empezar un nuevo y deprimente día en casa de los Weasley. Y sólo entonces los acontecimientos de la pasada noche acudieron a su mente, y Draco recordó que aquella mañana era diferente.
Porque no era Remus Lupin quien estaba durmiendo en la cama contigua, sus ronquidos de viejo atronando en la habitación. En su lugar, escuchaba la respiración tranquila de Harry, con la nariz enterrada en la almohada y el pelo negro pegado a la frente por efecto del calor.
Draco se quedó unos segundos observándolo, inmóvil. Despertar en la misma habitación que Harry constituía una novedad, una agradable novedad. Sobre todo porque raro era el día en el que no se despertaba acordándose de él. Al pensar en lo que inequívocamente sentía por su antiguo enemigo, recordó una conversación que había mantenido con el mismísimo Voldemort… y cerró los ojos repentinamente, angustiado.
Cuando los abrió, tropezó con la mirada esmeralda, algo soñolienta, de Harry.
- Buenos días –murmuró torpemente, sintiéndose violento al no saber cuánto tiempo llevaba despierto el otro.
- Buenos días, Malfoy –respondió el Gryffindor ahogando un bostezo. Draco suspiró casi imperceptiblemente, aliviado. Harry acababa de despertarse. Contempló con disimulo cómo se frotaba los ojos y se ponía las gafas mientras bostezaba de nuevo. Después, el Gryffindor se puso en pie y le miró.
- ¿Bajamos a desayunar?
Draco frunció el ceño. Una cosa es que compartieran habitación, y otra que Harry le tratase como si fuera lo más normal del mundo despertarse teniendo a su adversario durmiendo en la cama contigua. Pero Potter parecía demasiado dormido como para apreciar semejantes matices.
- No, gracias –respondió en tono helado, dejándose caer de nuevo en la cama.
- ¿Hoy tampoco vas a desayunar? –preguntó Harry, perplejo.
Draco se mordió los labios, deseando recordarle a su enemigo cómo el día anterior se había divertido viendo que todos le ignoraban en la mesa. Pero era un Malfoy, por lo que se limitó a dirigirle una de sus más logradas miradas de indiferencia.
- No –respondió escuetamente.
- Pero… -insistió Harry. Draco no sabía que él estaba pensando exactamente en lo mismo. Comprendía que Draco no hubiera querido desayunar el día anterior al verle allí, pero de ahí a no comer sistemáticamente…
Cuando estaba a punto de materializar en voz alta sus pensamientos, la puerta se abrió. Con sorpresa, el moreno vio aparecer la cabeza pelirroja de Ron Weasley.
- ¡Harry! –exclamó, entrando en la habitación- ¡menudo susto me he llevado esta mañana cuando he visto a Lupin en tu cama!
La sonrisa bromista de Ron se congeló cuando miró a Draco. El rubio le lanzó una mirada indiferente, y las orejas de Weasley enrojecieron repentinamente. Y Harry no pudo evitar pensar con cierta admiración que, a pesar de su estado y de encontrarse en una casa ajena, Malfoy seguía teniendo el poder de exasperar al temperamental pelirrojo con una sola mirada.
- ¿Bajas? –preguntó al fin Ron, girándose hacia su mejor amigo, intentando aparentar que no le importaba la presencia del rubio, aunque sus puños apretados le delataban.
El moreno miró a Malfoy durante una milésima de segundo, pero el Slytherin, con los ojos clavados en el techo, no pareció advertirlo. Estuvo a punto de insistirle para que bajara, pero, por alguna razón, la idea de hacerlo delante de Ron no le tentaba especialmente…
Asintió en dirección a su amigo, y ambos salieron de la habitación, cerrando la puerta a sus espaldas.
Draco Malfoy suspiró mirando el cuarto, ahora vacío. Cuando su estómago rugió, se tapó la cabeza con la almohada, deseando con todas sus fuerzas poder dormirse y escapar, aunque fuera en sueños, de esa pesadilla.

Para su propia sorpresa, Hermione y Ron le insistieron para que jugara con ellos al quidditch después de desayunar, tan efusivamente que Harry no tuvo ninguna duda de que intentaban hacerse perdonar por haberle dado de lado el día anterior. Y Harry aceptó, consciente de que no podía guardarles rencor por mucho tiempo. Además, sabía cuánto odiaba Hermione el quidditch, y el hecho de que fuera ella quien le invitara a jugar a él, le hizo pensar que la castaña debía estar realmente arrepentida.
Así pues, durante toda una mañana volvieron a ser el trío Gryffindor, amigos los tres, inseparables los tres, cada uno con su función y sin que ninguno sobrara. Sin embargo, y a pesar de que Harry disfrutó volviendo a bromear con sus amigos, su mente vagaba con una alarmante frecuencia a la habitación donde en ese instante estaba un aburrido Draco Malfoy, y la imagen de su cuerpo lleno de heridas se le aparecía constantemente, enturbiando su alegría y distrayéndole durante el improvisado partido.
Cuando llegó la hora de comer, Harry, con tanto disimulo como pudo, examinó atentamente a Draco mientras éste llegaba a la mesa y se sentaba. Efectivamente, el rubio cojeaba, aunque trataba de disimularlo apoyando la pierna afectada con una mueca de dolor en el rostro. Harry frunció el ceño, mirando a los señores Weasley y a Remus. ¿Es que a nadie se le había ocurrido proporcionarle a una simple muleta?
Esta vez era Fred el que tenía que sentarse al lado de Draco. Harry volvió a ser testigo de la escena que había presenciado el día anterior: Remus y Molly mirando al Slytherin con malos ojos, Arthur haciéndose el sueco, y el resto ignorando a Malfoy. La señora Weasley volvió a poner un plato desdeñosamente ante Draco. Inmediatamente después le sirvió a Harry, y éste no pudo menos que percibir que su ración era al menos el doble de abundante que la del Slytherin.
El gesto le transmitió una extraña sensación de reminiscencia. En algún lugar, hacía ya tiempo, había vivido algo parecido…
Y, de repente, recordó.
Estaba en el comedor de los Durleys, y se sentía tan fuera de lugar como un enorme y asqueroso insecto en mitad de la inmaculada encimera de Tía Petunia. El orondo Dudley estaba a su lado, y le contaba una anécdota del colegio a su padre, quien remarcaba las travesuras de su hijo con enormes risotadas. Tía Petunia, henchida de satisfacción al ver a su espléndida familia, le servía a su marido y a su hijo un plato lleno hasta rebosar de salchichas. Después, con un mohín de desdén, colocaba algo parecido a una ensalada mustia frente a su sobrino, quien procuraba ignorar los rugidos de su estómago y ponerse a comer deprisa, deseando tan sólo terminar su ración sin buscarse problemas con Tío Vernon, y regresar a su alacena para soñar despierto y convencerse a sí mismo de que había un futuro fuera de Privet Drive, un futuro sin los Dursley…
- ¿Harry?
La voz sacó al Gryffindor de sus ensoñaciones. Parpadeando, giró la cabeza. Ginny le miraba, entre irritada y sorprendida.
- Lo siento… -murmuró- ¿decías?
La pequeña de los Weasley suspiró.
- Te decía –masculló bajando la voz- que si podríamos hablar luego. A solas.
Harry alzó las cejas. ¿Ginny, la misma Ginny que llevaba el día anterior evitándole, quería hablar?
No obstante, asintió, y al instante se maravilló de su propio temple. Hacía tan sólo veinticuatro horas, se le habría encogido el estómago de puro nervio al pensar en una confrontación directa con su ex-novia. En ese momento, sin embargo, supo que era mejor armarse de valor y dar la cara. Además, algo había reemplazado a Ginny en el primer puesto de su lista de preocupaciones… De alguna forma, el ver el lamentable estado en el que se encontraba Draco Malfoy le había restado importancia a sus problemas con Ginny. Ahora recordaba con vergüenza lo incómodo que se había sentido en su presencia el día anterior. Ahí estaba Malfoy, con el cuerpo lleno de cicatrices, sobreviviendo a Voldemort… ¿y a él le preocupaba tener que enfrentarse a la hermana de su mejor amigo, que, por muy incómodo que le hiciera sentir, no dejaba de ser una niña?
Satisfecha, Ginny se puso en pie, recogió su plato y salió de la cocina. Y Harry aprovechó para mirar de refilón a Draco. El Slytherin se había relajado al creer que nadie le observaba: su mirada triste, sus gestos desganados, golpearon de lleno a Harry. Porque le recordaron demasiado a sí mismo. A sí mismo cuando vivía con los Dursley.
Sintió un escalofrío que le recorría la columna vertebral. Y algo más: asco. Le sacudió una oleada de interna vergüenza cuando recordó cómo se había reído de Draco el día anterior. Y, por una vez, dejó de pensar en él como en su enemigo, al comprender que, para Draco, La Madriguera era un sitio tan agobiante y desagradable como lo había sido para él el número cuatro de Privet Drive.
Obedeciendo a la nobleza e impulsividad características de su casa, se propuso hacer algo para solucionarlo.
Cinco minutos después, Malfoy volvía a salir disparado escaleras arriba, sin que nadie le prestara la más mínima atención. Unos instantes más tarde, Ron y Hermione le emularon, al parecer considerando que la atención que habían prestado a Harry aquella mañana había sido suficiente. El moreno no intentó seguirles: evidentemente, querían la tarde para ellos. Y él tenía cosas más importantes que hacer que lamentarse porque sus dos mejores amigos le dieran de lado.
Ayudó a Molly a recoger, y después salió al jardín. Allí, perezosamente tumbada en la hierba, le esperaba Ginny. La pelirroja le invitó a sentarse a su lado, y Harry obedeció.
El chico esperó, algo turbado. La escena, el lugar… le recordaba demasiado a las veces que habían estado en los terrenos de Hogwarts, tumbados en el césped junto al lago, juntos…
- Perdona por haberte ignorado ayer –empezó Ginny, devolviendo bruscamente a Harry al presente- comprende que me sentía incómoda en tu presencia.
Harry asintió.
- Yo también –admitió unos segundos después.
Al instante se arrepintió de haber hablado así. ¿Demasiado brusco, quizá? Sin embargo, Ginny no era del tipo de chicas que se dejaban intimidar fácilmente. Encogiéndose de hombros, siguió hablando.
- Lo que pasó este año… entre tú y yo… fue muy bonito.
Harry hizo un movimiento afirmativo con la cabeza. Y, en ese momento, Ginny clavó sus ojos en él.
- Harry¿aún me quieres?
El moreno dio un respingo, sobresaltado por la pregunta realizada a bocajarro y sin previo aviso. Parpadeando, miró a Ginny, intentando encontrar una respuesta satisfactoria.
- Pues…
- Déjalo –le interrumpió Ginny al percibir sus dudas-. No hace falta que contestes.
- No lo sé –puntualizó Harry, sintiéndose estúpido.
La sensación se reforzó cuando Ginny soltó una carcajada.
- ¿No lo sabes¿No sabes si me quieres? –dijo en tono irónico, mirándole de nuevo-. Harry, cuando realmente amas a una persona, no te paras a preguntarte a sí mismo si la quieres de verdad o no. Sencillamente, lo haces.
El Gryffindor bajó la cabeza, incómodo. Ginny le miró con expresión indescifrable.
- Y antes… ¿me querías? –preguntó de nuevo, esta vez en un susurro.
Harry no la miró.
- Supongo que sí. Me gustabas. Aún me gustas –confesó.
- Ya sé que te gusto. Hasta ese par de bobos de Crabbe y Goyle se me quedan mirando cuando paso frente a ellos –replicó Ginny en tono impaciente, sacudiendo la melena pelirroja por encima de sus hombros-. Pero entre gustar y querer hay un gran paso. Y yo quiero saber en qué punto estás tú.
Harry suspiró y movió la cabeza, desconcertado y algo exasperado. No sabía qué decir. Si ni él mismo era capaz de definir lo que sentía por Ginny… ¿cómo iba a pretender explicárselo a ella?
- ¿Por qué me haces esa pregunta? –protestó, mirando a la que había sido su novia- ¿por qué ahora?
Esperó a recibir alguna sarcástica respuesta de Ginny. Pero, en su lugar, la pelirroja se echó mano al bolsillo de los vaqueros y sacó un sobre arrugado que mostró a Harry, aunque sin invitarle a que lo cogiera.
- Es de Dean –explicó, volviendo a guardarlo-. Lo recibí antesdeayer.
- ¿Qué te dice? –preguntó Harry, intrigado.
- Que no ha podido olvidarme –murmuró Ginny tras un profundo suspiro-. Y… me pide que le de una segunda oportunidad.
Harry se llenó los pulmones de aire antes de volver a preguntar.
- Y… ¿qué les has contestado?
Ginny le clavó la mirada. Una mirada franca, sincera y… ansiosa.
- Nada. Todavía –puntualizó-. Mi respuesta dependerá de lo que saque en claro de esta conversación.
Harry contuvo una mueca. Nervioso, desvió la mirada.
- ¿Y qué esperas que yo te aclare, Ginny?
La pequeña de los Weasley no contestó inmediatamente. Se entretuvo durante unos instantes, sacudiéndose las briznas de hierba seca de los pantalones, antes de decidirse a hablar.
- Harry, este verano he tenido mucho tiempo para pensar. He hablado con mi madre…
El joven levantó la cabeza bruscamente.
- ¿Con tu madre! –exclamó, olvidando por un momento que era una conversación muy privada- ¡Estás loca, Gin…!
- ¡Baja la voz! –espetó Ginny, poniéndose el dedo en los labios-. Por supuesto no mencioné en ningún momento tu nombre, idiota.
Estúpido… Harry se flageló a sí mismo, apaciguándose. Ginny, más calmada, continuó.
- También he hablado con mis amigas de Hogwarts… con Tonks… incluso con Fleur –terminó, haciendo una mueca de disgusto.
- ¿Y a qué conclusión has llegado?
- A ninguna. No te entiendo, Harry Potter –sentenció con un deje de amargura en la voz-. No entiendo por qué pasaste cinco años ignorándome y luego, sin apenas haber hablado conmigo más que lo indispensable en las reuniones familiares o del ED, me besaste a la vista de todos en la Torre de Gryffindor. No entiendo por qué, después de arriesgarte a perder la amistad de mi hermano por estar saliendo conmigo, me dejaste sin dar más explicaciones aparte de esa estúpida excusa que me pusiste…
- No es una excusa.
- No te creo –rebatió Ginny, desafiándole con la mirada-. Si lo que me dijiste fuera cierto, entonces ya no estarías aquí. No sólo yo, sino Ron, Hermione, y hasta mis padres, podrían ser utilizados por Quien-tú-sabes para hacerte daño. Porque todos te queremos. Y te recuerdo que él sabe perfectamente lo que yo siento por ti: primero, porque estuve poseída por él cuando tenía once años; y, segundo, porque a estas alturas los hijos de los mortífagos le habrán dicho ya que estuviste saliendo conmigo. No, Harry, búscate otra excusa más creíble.
Harry se quedó mudo. Intentó encontrar una respuesta a lo que había dicho Ginny, pero no lo consiguió. Al fin, suspiró ante su acusadora mirada, moviendo la cabeza.
- En ningún momento quise engañarte ni hacerte daño, Ginny –murmuró, apartando la mirada.
Al momento sintió una cálida mano que se posaba en su hombro y se lo apretaba en señal de afecto.
- ¿Entonces? –preguntó la pelirroja en tono amable.
- No sabría decirte exactamente lo que siento –confesó- hubo un tiempo en el que creía estar enamorado de ti.
- ¿Y ahora?
- Ahora sé que no lo estoy –al decir esto, sintió cómo la mano de Ginny temblaba ligeramente sobre su hombro, pero la pelirroja no la retiró-. Quizá me gustas… o me gustaste… pero no es amor, Ginny. No puede serlo.
Ginny asintió sin sorprenderse en absoluto.
- Ya lo esperaba –declaró en un susurro-. Te costó demasiado poco cortar conmigo en un momento en el que, precisamente, necesitabas todo el cariño del mundo –hizo una pausa, antes de añadir-. Quizá sólo te confundiste, y para ti soy sólo la hermana pequeña de tu mejor amigo, a la que quieres proteger y por la que sientes cierto afecto, pero no amor –aventuró.
Harry asintió.
- Quizá.
- O quizá no –repuso Ginny, y Harry sintió cómo retiraba la mano y se ponía en pie. Cuando le miró, Ginny tenía los ojos húmedos, pero su voz seguía siendo firme y serena-. Escribiré a Dean y le diré que le doy una segunda oportunidad. Evidentemente no siento por él lo que siento por ti, pero es un buen chico y puede que al final consiga olvidarte…
Harry asintió, y, en ese momento sintió que acababa de quitarse un paso de encima. No le importaba que Ginny volviera con Dean; es más, se alegraba. Aún sorprendido, se esforzó por retomar el hilo de la conversación.
- Esta tarde me voy a casa de Luna –decía la pelirroja en aquél momento.
- ¿Luna Lovegood? –preguntó Harry.
Ginny asintió.
- Me ha invitado, vive sola con su padre y ya te imaginarás que no tienen demasiadas visitas… estaré allí un par de días e intentaré ordenar mis sentimientos. Cuando vuelva, me gustaría poder tratarte de nuevo como al mejor amigo de mi hermano, y no como a mi ex-novio.
Harry volvió a asentir con la cabeza y se puso en pie. Sin poder evitar sentirse culpable, abrazó a Ginny, quien apoyó la cabeza en su hombro.
- Lo siento… -musitó-. No es por ti, Ginny, es por mí. Me pasó lo mismo cuando estuve saliendo con Cho… No me cuesta empezar una relación, pero sí continuarla. No soy capaz de corresponderte… -se sinceró, antes de suspirar-. Algo anda mal en mí…
Ginny reprimió un sollozo. Se separó de Harry y sus ojos pardos le miraron intensamente durante unos segundos… después, muy lentamente, acercó su rostro al suyo y le dio un breve y suave beso en los labios. Harry la dejó hacer sin apenas inmutarse, inmóvil, insensible.
- Adiós –murmuró al fin ella, y, dándose media vuelta, desapareció en dirección a la casa.
Harry se quedó allí, de pie, contemplándola como un idiota. Su mente era un auténtico hervidero de preguntas. Hacía apenas unos meses había experimentado una corriente de rabia recorriéndole cuando la había visto besando a Dean Thomas. Ahora, ella le había besado a él, y él… no había sentido absolutamente nada.
¿Qué demonios le pasaba?
Sacudió la cabeza. No tenía sentido seguir torturándose, Ginny iba a volver con Dean y él no tenía por qué dar más explicaciones. Se había quitado un problema de encima, y ella podría consolarse con su compañero de Gryffindor. Decidido a olvidar el tema, se centró en un problema más terrenal y actual: qué hacer aquella tarde.
Súbitamente, decidió subir a visitar a Draco Malfoy.
Mientras se dirigía hacia la casa, no tenía forma de saber que el Slytherin le había estado mirando desde la ventana, y que, mientras él entraba en la cocina, se había sentado en la cama con expresión pensativa.

- ¿Bajas?
Draco le dirigió una mirada inquisitiva.
- ¿Acaso no te han dicho ya que me paso los días aquí arriba?
- Sí –contestó Harry con aplomo.
- Entonces¿por qué tendría que bajar ahora? –replicó Draco, arrastrando su voz con desprecio- ¿Sólo porque me lo pides tú?
Harry se acercó a la ventana, sonriendo astutamente.
- Porque te aburres aquí arriba. Lo sé –insistió, al ver que el rubio estaba a punto de abrir la boca para negarlo- ¡es imposible no aburrirse estando todo el día encerrado aquí!
Draco se quedó mirando al Gryffindor durante unos segundos, y éste casi pudo ver cómo su cerebro evaluaba si merecía la pena contestarle con una de sus borderías. Al fin, Malfoy se encogió de hombros y bajó la cabeza.
- No te lo niego –admitió al fin, en tono monocorde- pero tampoco se me ha perdido nada abajo.
- Al menos te entretendrás algo más que aquí arriba –insistió Harry- podrás ver el paisaje, pasear…
Draco levantó bruscamente la cabeza y Harry se maldijo de nuevo por su falta de tacto.
- ¿Pasear? –repitió con presteza el Slytherin, fulminando a Harry con la mirada-. Lo siento pero últimamente no es una de mis actividades preferidas. Estoy seguro de que ya te lo habrán dicho.
Pese al desprecio que emanaba de los ojos de Draco, Harry le mantuvo la mirada. Estaba decidido a sacar a Malfoy de su encierro. Al precio que fuera.
- Cierto. Y también me han dicho que tu pierna está prácticamente curada, y, que si quieres volver a caminar con normalidad, deberías ejercitarla un poco. Y que…
Para estupefacción de Draco, Harry se agachó y rebuscó bajo su cama. Cuando volvió a incorporarse, tenía un objeto en la mano.
- …y que te dieron algo para ayudarte a andar.
Draco contempló con una mezcla de tristeza y melancolía el bastón que Harry tenía entre sus manos. El bastón negro con cabeza de serpiente. El bastón de su padre, Lucius Malfoy.
Se lo arrebató.
- Aparta tus manos de mestizo de él –masculló entre dientes. Harry no se ofendió, pues en los ojos del Slytherin se vislumbraba la tormenta interior que la visión del bastón de Lucius había desatado.
Tomó asiento a su lado en silencio, mientras Malfoy sostenía el preciado objeto contra su pecho.
- Lo escondí allí debajo porque no quería verlo –explicó unos segundos después, con la mirada perdida en los artificiales ojos de la serpiente- me recuerda demasiado a él.
Harry asintió, pensando para sí que era imposible que el bastón con mango de cabeza de serpiente no le recordara al astuto y sinuoso Lucius Malfoy. En ese momento, el Slytherin sacudió la cabeza y, como dándose cuenta de que acababa de hacerle una confesión a él, precisamente a él, se giró parcialmente hacia Harry con una mueca de desconfianza en el rostro.
- ¿Por qué haces esto? –preguntó, sin poder ocultar su confusión-. Tú y yo nos odiamos. Así ha sido siempre. ¿Por qué te muestras tan amigable? Estoy –inspiró profundamente antes de continuar: no era fácil confesar aquello- estoy herido, arruinado, en casa de tu mejor amigo y sin ningún apoyo. Esta sería la ocasión perfecta para que acabaras de una vez conmigo, Potter –terminó en un susurro incrédulo, dando a entender que lo que más le sorprendía de todo era que el Gryffindor no aprovechara la ocasión para humillarle y disfrutar con ello.
Harry contuvo la respiración mientras su cerebro elaboraba rápidamente una excusa. Era la pregunta que había estado esperando durante toda la conversación. Y no estaba preparado para contestarla sinceramente. Aún no.
- Pero ahora estamos en el mismo bando –replicó, sereno, intentando que sus palabras sonaran convincentes-. No nos queda más remedio que aprender a tolerarnos. Y tú eres un gran mago, Malfoy –los ojos grises de su enemigo se abrieron desorbitadamente al escuchar la inesperada alabanza- nos conviene que estés en buenas condiciones para cuando llegue la hora de echarnos una mano.
Draco no contestó. Ladeando la cabeza con escepticismo, observó atentamente a Harry. Conocía muy bien a su enemigo, más de lo que él creía incluso, y sabía que esa actitud tan racional no era muy propia de Potter.
- Lo siento pero eso no me cuadra del todo –dejó caer, al fin, sus sospechas, sin apartar los ojos del joven-. En circunstancias normales, simplemente me habrías despreciado por lo que soy, sin pararte a pensar en mis habilidades mágicas. No te pega ser tan práctico, Potter.
- Ya… -murmuró Harry, quien, afortunadamente, tenía un as en la manga. Bajando la cabeza, fingió estar haciendo acopio de todas sus fuerzas para lo que estaba a punto de decir-. El hecho, Malfoy… es que no me parece que te traten demasiado bien.
Draco alzó las rubias cejas.
- ¿Perdón? –preguntó, pensando si de verdad habría oído bien.
- Que no te están tratando bien –repitió Harry en tono más seguro, mirándole-. Me duele decirlo, pero, la forma en la que todos se dirigen a ti… me recuerda demasiado a…
- ¿A…? –le presionó un alucinado Draco.
Harry cerró los ojos con expresión angustiada.
- …a mis tíos.
Esta vez, Draco no tuvo ninguna duda. ¡Así que era eso! El noble espíritu de Potter se conmovía al verle en semejante estado… Esbozó una sonrisa irónica, al pensar que tenía que haberlo imaginado: era una actitud muy Gryffindor.
Harry contuvo un suspiro de alivio al ver la expresión en el rostro de Draco: sin lugar a dudas, había conseguido convencerle. En realidad, no le había mentido… simplemente, no le había contado toda la verdad.
Porque sí, se sentía profundamente avergonzado al ver cómo le estaban tratando en aquella casa. Pero al mismo tiempo había algo más, algo que le confundía y le hacía sentirse extraño, algo que sobrepasaba los límites de la simple compasión. Desde el momento en el que había visto a Draco Malfoy a medianoche, recién despertado, inquieto y vulnerable, su modo de pensar respecto al Slytherin había cambiado radicalmente. Y un sentimiento nuevo había nacido en su interior, un sentimiento que Harry no supo identificar con claridad. ¿Afecto¿un repentino deseo de ser su amigo? Quizá.
Lo único que sabía era que, sorprendentemente, sentía la necesitad imperiosa de ayudar a Malfoy. Y, de momento, eso pasaba por hacer su existencia en La Madriguera un poco más agradable.
Le tendió la mano, en un gesto que les sorprendió a ambos.
- ¿Por qué no empezamos de nuevo? –propuso.
Malfoy le miró, miró su mano extendida, y recordó en un fogonazo el momento en el que él, con 6 años menos, le había ofrecido su mano a Potter.
- Jamás te entenderé… -murmuró, moviendo la cabeza.
- ¿El qué no entiendes? –preguntó pacientemente Harry sin retirar la mano.
- Los Slytherin actuamos por interés propio –explicó Malfoy, alzando las cejas-. Tú… ¿actúas por compasión¿por altruismo?
Harry sonrió pero no dijo nada, y, a los pocos segundos, Draco se dio por vencido y alargó la mano para estrechar la suya. Fue un apretón enérgico, breve, pero al mismo tiempo amistoso. Draco cerró los ojos durante un segundo, imaginándose como habría sido su vida, si, seis años atrás, Potter hubiera estrechado su mano… si él no se hubiera comportado de forma tan estúpida. Cuando los abrió, Harry le hizo un gesto, señalando con un movimiento de cabeza al exterior.
- Entonces¿te vienes a dar un paseo?
Draco no pudo evitar que sus ojos se posaran en la ventana de la habitación de Ron. El sol brillaba con fuerza, tentador, y el cielo, asombrosamente azul, parecía invitarle a que saliera a respirar aire puro. En su expresión se reflejó la ansiedad que sentía, y se dio cuenta de que no podía ocultarlo. Ni negarlo. Llevaba demasiado tiempo encerrado allí, demasiado tiempo sin mantener una conversación civilizada con alguien… Por supuesto, estaba acostumbrado a la soledad, pero aquello era demasiado. Se sentía a punto de estallar, y sabía que, entre sus siniestros recuerdos y el poco desahogo que tenía, corría el peligro de perder completamente la cordura.
No lo pensó demasiado. Apoyándose en el bastón de su padre, se puso en pie. Necesitaba salir de allí. Necesitaba hablar con alguien, aunque sólo fuera para volver a escuchar su propia voz. Para distraer su mente de la asquerosa sabandija que había consumido su vida desde la infancia. Y no le importaba que fuera Potter la persona elegida. Porque hasta el orgullo de un Malfoy tenía sus límites.
Harry le observó con una tenue sonrisa triunfal. Ambos traspasaron la puerta de la habitación, Draco algo torpe después de tantos días sin apenas moverse de la cama, y Harry observándole analíticamente intentando que el rubio no se diera cuenta. Sí, parecía que la pierna le dolía, pero, para cuando llegaron al pasillo, el Gryffindor notó que Malfoy caminaba con mayor soltura a medida que avanzaba.
Entonces, llegaron al pie de las escaleras. Draco se detuvo bruscamente, y en su rostro apareció una expresión de disgusto. Harry actuó con rapidez.
- Dame eso –ordenó, y, sin esperar a ver la reacción del rubio, le arrebató el bastón y enlazó su propio brazo en torno al suyo.
- ¿Qué haces? –exclamó Malfoy, sorprendido, ruborizándose ligeramente a su propio pesar.
- Para bajar las escaleras seré un apoyo más firme que este bastón¿no crees? –señaló Harry sin alterarse, simulando que no había advertido la incomodidad del rubio-. Puedes sujetarte a la barandilla con una mano, y a mí con la otra. Eso te dará seguridad.
Draco le miró, intentando encontrar alguna pega a las intenciones de Potter, pero, al fin, apretó las mandíbulas y miró al frente. Y, poco a poco, empezó a descender, apoyándose en Harry más de lo que querría.
Harry sonrió para sí, pensando en lo que el rubio le había dicho momentos antes, en la habitación. Draco pensaba que los Slytherins actuaban por interés propio, y los Gryffindors por compasión. Y, en parte, era cierto.
Pero lo que Draco Malfoy no sabía, lo que Draco Malfoy no podía siquiera imaginar, era que él también tenía una parte de Slytherin.

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